Un hombre es joven en proporción a su flexibilidad. Observad a un niño
pequeño. Es tan suave, tierno y flexible. A medida que se envejece, todo se
vuelve tenso, duro, inflexible. Pero un hombre puede permanecer absolutamente
Joven hasta el momento mismo de su muerte si no pierde la flexibilidad.
Cuando sois felices, os expandís. Cuando tenéis
miedo, os encogéis, os escondéis en vuestro caparazón, porque si salís puede haber
peligro. Os encogéis en todos los aspectos: en el amor, en las relaciones, en
la meditación, en todo. Os convertís en una tortuga y os encogéis por dentro.
Si continuamente se permanece en el temor, tal como viven muchas personas, con
el tiempo se pierde la elasticidad de la energía. Entonces os convertís en una
charca de agua estancada. Dejáis de fluir, dejáis de ser un río. Os sentís cada
vez más muertos.
Pero el miedo tiene un uso natural. Cuando la casa
está en llamas, tenéis que escapar. No intentéis no sentir miedo o seréis unos
tontos. Deberíais mantener asimismo la capacidad de encogimiento, porque hay
momentos en que es necesario detener el flujo. Deberíais ser capaces de salir y
de entrar, de salir y de entrar. Eso es flexibilidad: expansión, encogimiento,
expansión, encogimiento. Es como respirar. La gente que tiene mucho miedo no
respira profundamente, porque incluso esa expansión proporciona miedo. Su pecho
se encoge; tendrá un pecho hundido.
Intentad encontrar maneras de hacer que vuestra energía
se mueva. A veces incluso la ira es buena. Al menos hace que vuestra energía se
mueva. Si tenéis que elegir entre el miedo y la ira, elegid esta última. Pero
no paséis al otro extremo. La expansión es buena, pero no deberíais volveros
adictos a ella. Lo que de verdad debéis recordar es la flexibilidad: la
capacidad de moveros de un extremo al otro.