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martes, 5 de junio de 2012

LOS JUICIOS, su lado oscuro

No todas las personas llegan a ese momento de su vida cuando se cuestionan el valor de juzgar a los demás. Al fin y al cabo, la sociedad se basa en un sano respeto por la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto. Mucha gente, quizás la amplia mayoría, está satisfecha con un sistema en el que las reglas están ahí para ser obedecidas, se castiga a quienes no respetan las leyes, etc. Pero el mecanismo de la justicia no lo es todo en la vida. Cuando era joven, me impactó mucho un comentario pasajero que escuché de labios de un instructor espiritual: 'Donde no hay amor, debe haber leyes'.

En un determinado momento, un tipo de visión nuevo y diferente empieza a oponerse a nuestra certeza de que tenemos derecho a juzgar a los demás. Se despierta la intuición. No es la misma intuición para todos, pero imagino que empieza a tener sentido algo parecido a lo siguiente: 

No juzgues y no serás juzgado.

Condenamos en otros lo que tememos ver en nosotros mismos.
El reproche es una proyección de la culpa.

El pensamiento del tipo “nosotros contra ellos” es destructivo para ambas partes de la ecuación.

¿Cómo etiquetaría uno este tipo de ideas? Si uno es un estricto defensor de la doctrina del “ojo por ojo”, estos pensamientos son corrosivos; deben ser rechazados para mantener intacto el propio código moral blanco y negro. Pero hay una razón, a pesar de las complejidades y crueldades del sistema legal, por la que el lado espiritual de nuestra naturaleza se ve atraído hacia no emitir juicios. Deseamos amar y ser amados. A un nivel más profundo, nos damos cuenta de que, en último término, todo el sufrimiento está relacionado con el autojuicio o juicio interior. Al verte a ti mismo caer en desgracia, crees que está justificado tratar a los demás como si hubieran caído en desgracia en mayor o menor medida. 

Pero en un momento dado, muy impredecible, surge la necesidad de superar el juicio interior. Y cuando esto surge, la necesidad de juzgar a los demás empieza a reducirse. En todos nosotros existe un impulso evolutivo, o eso es lo que nos enseñan las tradiciones de sabiduría del mundo. Creemos en un yo superior o mejor. Queremos reconectar con nuestra alma. Las demandas egoístas del ego nos desgastan y empiezan a parecer inútiles. Sea cual sea el detonante, superar el juicio es algo evolutivo. Es posible romper con ello y después se abre un nuevo camino. 

Transitar por este camino transforma a la persona en su totalidad a lo largo de un período de tiempo y nos lleva a múltiples fases de realización. En una de estas etapas uno puede querer rebelarse contra las reglas y la autoridad. Esto puede ser una postura satisfactoria, pero al final uno se da cuenta de que es insostenible. En otra etapa, uno puede sentirse abrumado o humillado y volverse más crítico con uno mismo que antes. También se trata de una fase pasajera. Por delante hay varios roles que intentamos desempeñar: el de mártir, santo, asceta, hijo de Dios, hijo de la naturaleza, etc. Sería demasiado irónico emitir juicios en contra de ninguno de estos pasos del crecimiento personal. Son convincentes mientras duran y se quedan bastante vacíos una vez finalizados. Independientemente de las estaciones que se pasen a lo largo del camino, el objetivo no es el rol que desempeñas, sino sentirte realizado en tu interior.

Esta realización lo incluye todo, por eso suele etiquetarse como conciencia de unidad. No excluyes nada de tu ser, hay un hilo común que está presente en ti y en todas las demás personas. En este punto, cuando la empatía se da sin esfuerzo alguno, se logra algo que es a la vez muy deseable y poco frecuente. Has transcendido la guerra entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad. Sólo en este estado finaliza la guerra y se solucionan por fin los aspectos desconcertantes en torno al juicio. A punto de llegar a una realización interior completa, uno no puede evitar participar en la dualidad, porque todo el juego del bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, la luz y la oscuridad, depende de la propia división personal. Tu ego siempre seguirá etiquetando A como bueno y B como malo, por la sencilla razón de que la dualidad requiere realizar elecciones. Siempre que uno prefiera una cosa por encima de otra, aparece un mecanismo que dice: “Si me gusta, debe ser bueno. Si no me gusta, debe ser malo”.

Afortunadamente, aunque el juego de los juicios haga que la sociedad funcione adecuadamente dictando continuamente nuestros gustos y aversiones o los objetos de nuestro amor y odio, el ser humano nace para trascender. Podemos ir más allá de la configuración de la sociedad, del ego y del propio juicio. En esa capacidad innata de buscar un yo más elevado, descansan todas las esperanzas y promesas que ofrecen los grandes instructores espirituales del mundo."

Deepak Chopra es Presidente de Alliance for A New Humanity.