En
un principio podemos imaginarnos equivocadamente que la práctica
espiritual es un viaje lineal, que recorre un cierto paisaje hasta el
lejano destino de la iluminación. Pero se describe mejor como un amplio
círculo o espiral que abre nuestros corazones hasta incluir a toda la vida en un todo espiritual.
La práctica es como una montaña rusa. Cada subida suele ser seguida de una bajada. Comprenderlo nos permite cabalgar con mayor facilidad en ambas fases… Además de los ciclos de subida y bajada, hay un ciclo dentro-fuera. O sea, existen fases en las que te ves propulsado al mundo interior y todo lo que buscas es un lugar tranquilo, y luego existen épocas en las que te diriges hacia fuera y te quieres ver inmerso en el mercado. Amabas fases del ciclo forman parte de nuestra propia práctica, que de entrada consideramos una parte de nuestra vida hasta que nos demos cuenta que todo lo que hacemos forma parte de la práctica.
La naturaleza de la existencia es transformación constante. ¿Cómo hallar un modo de reconocer estos ciclos naturales de la vida en la práctica espiritual? En primer lugar, hemos de respetar estos ciclos cambiantes que nos trae la vida y aceptar la tarea interna que les acompaña. Aunque esto pueda parece evidente, nuestra sociedad ha perdido el contacto con dichos ritmos, y de distintos modos se nos enseña a ignorarlos. Los niños se ven forzados a la disciplina y una educación académica temprana, en lugar de ser libres para jugar y aprender de modo saludable. Muchos hombres de mediana edad viven una adolescencia prolongada, y muchas mujeres luchan para permanecer jóvenes a fin de eludir la madurez. La vejez se considera como una derrota a la que hay que resistirse y temer.
Cuando respetamos los ciclos naturales de la vida, descubrimos que cada una de las fases de la vida tiene su dimensión espiritual. Mucha gente tiene su primera experiencia espiritual en la infancia; la de una comunicación innata y natural con lo que es sacro. Si nuestra relación con nuestros padres es respetuosa y cariñosa, ello se convierte también en modelo y base para el respeto confianza en el resto de nuestras relaciones.
La independencia y radicalidad de nuestra adolescencia nos proporciona otra cualidad básica para la práctica: la insistencia de querer encontrar la verdad por nosotros mismos, no aceptando nada que no recoja nuestra experiencia.
La vida adulta nos trae sus propios desafíos y aperturas espirituales. Nos volvemos más atentos y responsables con respecto a nuestra familia, comunidad y nuestro mundo. A medida que maduramos, una cualidad contemplativa natural impregna nuestras vidas. Al envejecer, al haber visto muchos ciclos de nacimiento y muerte, se producen un desapego y una sabiduría que crecen en nuestro interior.
Cada fase contiene las semillas para el crecimiento espiritual. Nuestra vida espiritual madura cuando aceptamos conscientemente aquellos desafíos de la vida que son apropiados para nosotros. Por desgracia, hay personas que eluden esos retos.
Jack Kornfield - Camino con Corazón