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miércoles, 30 de mayo de 2012

MI OTRA VIDA EN AMERICA

Por destellos percibidos y por “brumas disipadas” hoy puedo ya situar algunos hechos y alinearlos.
Nací en la ciudad de Nueva York en el año 1899. Varón y de etnia afroamericana como se nos distingue ahora.
Empecé a conocer a mi madre cuando vivíamos en un oscuro apartamento de Harlem, próximo a la escuela pública donde ella trabajaba de maestra. A mi padre no le conocí.
Mi madre era una mujer de carácter a veces adusto y muy estricta en lo referente a mi educación. En estos momentos estoy evocando una imagen en la que nos veo paseando llevado de la mano. Me llevaba siempre a todas partes: de compras, a la iglesia, al parque, de visita… y, naturalmente, a la escuela todos los días lectivos de cada curso. Aunque no recuerdo haber asistido a ninguna de sus clases.
Guardaré siempre con cariño el recuerdo de aquella mujer entrañable.
En la escuela pronto surgió lo que habría de ser la pasión de mi vida: la música. Me entregué al estudio de la misma con total dedicación. No había cumplido aún los diez años y ya dominaba el solfeo y comenzaba a extraer algún sonido del clarinete del aula.
Algo le diría la profesora a mi madre porque ésta dejó de insistirme en que me preparase para cuando llegara el momento de pasar al instituto y a regañadientes me matriculó en la Escuela Superior de Música. Convencida finalmente de que aquel iba a ser el camino en mi vida, al poco tiempo me compró un clarinete, usado pero en buenas condiciones.
En la escuela alternábamos el estudio con conciertos en el parque y desfilando, uniformados, en alguna ocasión festiva. (¡Cuán feliz me hizo el estreno de aquel uniforme con gorra de plato!)
Terminé mis estudios con una aceptable calificación y tuve la fortuna de conseguir, sin “padrinos”, una plaza de “segundo clarinete” en una gran orquesta. Fui por un tiempo el elemento más joven puesto que aún era un adolescente. Me contrataron y gracias a aquel sueldecito pudimos mudarnos, sin salirnos de Harlem, a un soleado apartamento con ventanales a la Avenida.
Era, no obstante, un trabajo duro. Ensayábamos todos los días y actuábamos todas las semanas. Y la cosa empeoró cuando llegaron las giras por el Estado y Estados vecinos. Aquello era agotador.
Por tal motivo, cuando un antiguo condiscípulo vino a verme y me habló de la orquestina que había formado, enseguida me sentí interesado y más aún al comentarme que precisaba un clarinetista y saxo. A la semana siguiente tenía yo un nuevo trabajo, un saxo nuevo, al que me adapté con facilidad, y una paga el doble importante que la percibida con la sinfónica a pesar de los muchos años pasados en la misma.
Actuábamos en la pista de baile del parque de atracciones de Coney Island. Un trabajo descansado en comparación y muy agradecido, ya que apenas seguíamos las partituras y casi siempre improvisábamos. Y parecía que el público se lo pasaba bien. A menudo algunas parejas dejaban de danzar y se acercaban al escenario como queriendo escucharnos mejor. Al finalizar los “números” aplaudían como locos.
Pero caí enfermo y la fiebre acabó conmigo.
Fallecí en el año que vino en llamarse “El Año de la Gran Depresión”.
Recuerdo emocionado la aflicción de las dos mujeres ante mi féretro. Las lágrimas de mi madre y las de la vocalista que sorprendentemente juró amarme cuando yo ya agonizaba. Y la expresión compungida de los demás compañeros que acudieron a la funeraria con sus instrumentos quizá con la idea de ofrecerme un funeral con música al estilo Nueva Orleans, pero no les fue posible; era demasiada la consternación que sufrían por lo inesperado.
Durante la transición de una vida a la siguiente, supe que mi padre aún vivía y supe, también, que mi prevista y acordada de antemano “muerte prematura” se había logrado gracias a la ingestión de un alimento en malas condiciones.
Y volví al planeta.
Nací en el mismo año 1929, ocupando este cuerpo.
Mi cuerpo. 

Joaquin Grau
España

lunes, 21 de mayo de 2012

LA REALIZACION DEL YO

La existencia cósmica, se renueva en sucesivas reencarnaciones, es eterna e infinita en sí misma, pero
los ciclos recurrentes son necesariamente finitos y temporales. Jamás ha habido un punto de partida para todos los seres, porque siempre existió la proyección de la Mente en un universo en serie, que se repite a
sí mismo sin comienzo ni fin. El ascenso y progreso es un hecho real solamente porque la evolución tiene una estructura en espiral, lo que quiere decir es que siempre hubo simultáneamente, cultura, civilización, aspiración ética, desarrollo intelectual, etc., junto a condiciones primitivas.

El mal forma parte de la experiencia que el ego tiene del mundo, no porque sea inherente al mundo mismo, sino porque está en las ilusiones que los contrastes y limitaciones del mundo producen en el ego. El mal está en la persona no en su contorno.


No vemos el tiempo de los procesos naturales de evolución del ego, porque no puede cumplirse plenamente, mientras todavía permanecemos en este mundo inferior, debido a que nuestras percepciones espacio-temporales al ser finitas y pobres, impiden tener un mundo absolutamente perfecto. Todo lo finito es necesariamente imperfecto. Sólo cuando el hombre ha resuelto el misterio del tiempo, que pertenece a su vida terrenal, se le permitirá resolver el misterio de la Duración infinita, que esencialmente pertenece a su vida no terrenal.


La historia del hombre es el intento de realizar en el tiempo y en el espacio, lo que ya existe como unidad armoniosa en la consciencia de la Mente Universal. El universo es para Ella un proceso activo que actúa simultáneamente en el tiempo: un acto eterno. Es por eso que todas las cosas y seres incluidos en el universo, inconsciente o conscientemente, se esfuerzan por alcanzar su realidad interior, que los llevará más allá de esta esfera terrenal con sus limitadas percepciones. “Retorno al hogar”, llaman los chinos al afán de la vida humana de alcanzar su infinita Fuente y realizarse en ella. El hombre puede llegar a esa Fuente “dentro” de sí mismo.


Ramana Maharshi, en sus Platicas, explica: “el asiento de la Realización está en el interior y el buscador

no lo podrá encontrar como un objeto que está fuera de él. Ese asiento es la Dicha y el núcleo de todos los seres. La única finalidad útil del nacimiento actual, es volverse hacia el interior y realizar eso. El resultado de la concentración es el silencio. La meditación sin actividad mental es el silencio, la subyugación de la mente es meditación. La meditación profunda es palabra eterna”.

La eliminación de la ignorancia, es el objetivo de la práctica, no la adquisición de Realización. La Realización está presente siempre aquí y ahora y eternamente. La Gracia está siempre, no hay que adquirirla, la Gracia es el Yo. “Estad quietos y conoced que Yo soy Dios ” Aquí la quietud es entrega total, sin vestigio de individualidad. Prevalecerá la quietud y no habrá agitación mental. La agitación mental es la causa del deseo, del sentido de la ejecución del acto y de la personalidad. Allí conocer significa Ser. No es el conocimiento relativo, abarca a las tríadas, al conocimiento al sujeto y al objeto.


La naturaleza de la Realidad significa:


1.- La existencia sin principio ni final: eterna.


2.- La existencia por doquier, sin término: infinita.


3.- La existencia que subyace en todas las formas, todos los cambios, todas las fuerzas, toda la materia

y todo espíritu. La multiplicidad cambia y desaparece (está constituida por los fenómenos) mientras la Unidad perdura siempre. ( es el nóumeno).

4.- La Unidad desplaza a las tríadas. Las tríadas son sólo apariencias en el tiempo y el espacio, mientras

que la realidad yace más allá de aquéllos y detrás de aquéllos. Aquéllos se parecen a un espejismo que está detrás de la Realidad. Son el resultado de la engañosa ilusión.

“El Yo expulsa la ilusión del yo, pero permanece como Yo. Esa es la paradoja de la Realización del Yo, que

es Dicha porque es la Realización del Yo como el ojo espiritual ilimitado, no es clarividencia, es el supremo renunciamiento personal.”
ANUBIS