Recuerdo haber leído hace muchos años algo sobre los hopis, una
nación india de Norteamérica. En su sistema educativo, si un alumno no
sabía la respuesta a una pregunta que se le hacía en el aula, ningún
otro niño levantaba la mano para contestarla. Se consideraba una falta
de educación avergonzar o humillar al compañero que no sabía la
respuesta. No era importante causarle una buena impresión al profesor
con lo, brillante que era cada uno, y se consideraba bárbaro avanzar a
costa de los demás.
En los colegios modernos de nuestro mundo
occidental »civilizado», se levantaría un mar de manos para aprovecharse
del desafortunado alumno que no sabía la respuesta. Nos enseñan a
aprovechamos de los demás para mejorar, a pasar por encima de ellos para
llegar hasta arriba. Nos enseñan a ser competitivos y despiadados y a
dejar totalmente de lado los sentimientos de aquellos a los que
pisoteamos. Qué importa la humillación del alumno que no sabe algo: es
una oportunidad para que nosotros le causemos buena impresión al
profesor.
Estas son las semillas de la violencia, y se plantan en nuestro interior cuando somos muy jóvenes.
Podemos
despertar y comprender la naturaleza de esas malas hierbas que llevamos
dentro y arrancarlas de raíz, pero para ese proceso es necesario ser
consciente de nuestra naturaleza más profunda, y eso no es sencillo.