Uno de los regalos del mes de Cáncer es la capacidad de ser
sensibles al dolor de otros. Usualmente, cuando vemos a otra persona sufriendo,
intentamos ayudarlos un poco y luego nos detenemos. Nos decimos a nosotros
mismos: “No hay mucho más que pueda hacer”. Sin embargo, cuando una persona
acepta la responsabilidad de decir: “Hay algo que puedo hacer para aliviar el
dolor y el sufrimiento en el mundo” y sale a confrontar el sufrimiento,
entonces no hay límite para lo que es capaz de hacer o para cuánto pueda
impulsarse a sí mismo.
Cuando era niño, había una historia que mi padre y maestro,
el Rav Berg, a menudo nos contaba para mostrarnos la importancia de ser
diligente en despertar compasión por el mundo.
El océano de lágrimas
Durante tiempos remotos, dos grandes maestros espirituales,
que eran mejores amigos, hicieron un trato. Ellos acordaron que quien
abandonara este mundo primero, regresaría a visitar al otro en un sueño o una
visión; éste le contaría a su amigo dónde se encontraba y le revelaría los
misterios de la vida después de la muerte.
Pasaron muchos años y uno de los maestros murió. Su amigo
esperó confiadamente que éste apareciera como lo había prometido, pero pasaron
muchas semanas sin ningún sueño o visión. Preocupado, el amigo decidió visitar
al hijo del maestro fallecido.
“Teníamos un acuerdo”, le explicó al hijo. “Tu padre nunca
rompería su palabra a menos que algo crucial haya ocurrido”.
El hijo dijo: “Estaba igual de preocupado porque también
esperaba que mi padre me visitara. No obstante, sabiendo el arte secreto de
transportar mi alma a los mundos superiores, anoche pude visitar a la Corte
Celestial y preguntar qué había sido de mi padre”.
“Los ángeles contestaron: ‘Él estaba aquí, pero no se
quedó. Siguió caminando’. Busqué en cada región del cielo y les pregunté a los
ángeles si lo habían visto. En cada lugar, me dieron la misma respuesta: ‘Tu
padre estuvo aquí, pero siguió caminando’”.
“Finalmente, me encontré a un hombre sentado en la entrada
de un bosque y le dije: ‘¿Ha visto a mi padre?’”.
“Él también contestó: ‘Sí, estuvo aquí, pero siguió
caminando’. Luego agregó: ‘Lo encontrarás al otro lado del bosque’”.
“Recorrí el bosque en lo que parecían días y, finalmente,
llegué a un lugar donde no había más árboles. Mirando tan lejos como mis ojos
me permitían, vi un amplio y turbulento océano, con olas tan grandes como
montañas. Mi padre estaba parado ahí, descansando con su bastón, observando el
océano. Me le acerqué y tomé su brazo. ‘¿Qué haces aquí?’, le pregunté. ‘Todos
estamos preocupados porque no regresaste a visitarnos en una visión o un sueño.
No sabíamos lo que te había ocurrido’”.
“Sin apartar sus ojos del océano, mi padre dijo: ‘¿Sabes lo
que es este océano, hijo?’, le dije que no y él continuó, ‘Este es el océano de
todas las lágrimas de todas las personas del mundo que han llorado de dolor y
sufrimiento. He jurado ante Dios que nunca dejaré este océano hasta que Él
seque todas las lágrimas. Es por eso que no he podido cumplir mi promesa’”.
Tenemos que asumir responsabilidad por
todo lo que nos rodea. Cuando hacemos esto, entonces estimulamos nuestro deseo
de traer el cambio. Por otro lado, si nos mantenemos enclaustrados en nuestro
propio mundo, aislados emocionalmente de los demás, es imposible que nosotros
(y el mundo) salgamos de nuestro caos.
La verdadera compasión por el sufrimiento de los demás nos
conduce a continuar nuestro trabajo hasta que todos sean liberados. Como el
maestro espiritual que no se movió del océano de lágrimas, insto a todos a que
perseveren en su determinación de enfrentar el dolor y sufrimiento donde quiera
que éste se encuentre. Si queremos eliminar el caos de este mundo, nuestra
disposición a ayudar no debe tener fin.
Michael Berg es co-director del Centro de Kabbalah, así como autor, estudiante y maestro.