Realmente necesitas algo de ayuda, pues no tienes fe en este trabajo. Lo
echaste a perder, lo aceptaste sólo hasta el punto en que no avergonzara,
rebajara o empequeñeciera tu identidad individual. Y al hacer eso, la
identidad fue más importante que el Espíritu Santo.
Cuando necesitas las enseñanzas, no tienes fe en
ellas, porque no las aplicas. Así que en definitiva, lo que debemos considerar
es por qué pides algo que no te mereces. No te mereces el Espíritu Santo ni te mereces
la resolución; tampoco eres digno de caminar sobre el agua, sobre ese río
turbulento que va a permitirnos dar el paso de nuestra humanidad a nuestro espíritu.
No existe ningún otro lugar —y te ruego que vayas y
encuentres uno, si piensas que me equivoco— que hubiera podido transmitirte
enseñanzas y disciplinas tan magníficas, con una gracia, fortaleza y tenacidad
tan absolutas como las que se te han ofrecido aquí. Pero parece que tú
consideras las enseñanzas como una amenaza física. Lo son. Son una amenaza para
la personalidad. Cuando la personalidad necesita derramar su semilla, tener
sus orgasmos, llenarse la barriga, alisarse el cabello, y ponerse sus ropas
finas, las enseñanzas se interponen en su camino. Todo esto son reacciones
sensuales, y cuántas más reacciones sensuales tengamos, más hermosos somos o
más aceptables. Así es justamente como funciona.
Consideras a las enseñanzas como una amenaza; pues
bien, lo son, porque te piden que reemplaces este ego alterado con el reino del
cielo. Cuando lo adoraban por los milagros que realizaba, Yeshua ben José
decía: «No he sido yo quien ha hecho esto». Lo que estaba diciendo era: «No he
sido yo, Yeshua ben José, quien ha hecho esto. No veneréis mi ego alterado. No
veneréis mi rostro ni mis pies. No veneréis mis vestiduras. ¿No entendéis? Fue
el Padre celestial que vive en mí quien lo hizo. Yo no soy nada». Nunca se adjudicó
el mérito por su obras, siempre se lo dio a Dios, y al hacer eso, pasó una
prueba que tú nunca enfrentarás en esta vida, porque no tienes las agallas de
decir «es mi Dios quien lo ha hecho», pues es demasiado difícil quitarle el
mérito a tu personalidad; demasiado tentador. Supongo que esa es la diferencia
y el motivo de que los maestros no residan entre vosotros. Lo único que
recibimos en la vida es aquello que somos. Sólo manifestamos en nuestra vida
aquello que es igual a lo que somos. Esa es la ley; sin excepciones y sin
prejuicios. Obtienes todo lo que deseas y, por desgracia, deseas lo que es
perecedero. Yo me esfuerzo por enseñarte acerca de lo imperecedero.
Muchos de vosotros habéis hecho milagros, ¿pero es eso
suficiente como para que te cruces de brazos el resto de tus días? «Bueno, fui
capaz de hacer esto. Hace dos años hice aquello, hice lo otro.» ¿Vas a vivir a
cuenta de esa reputación? ¿Acaso disculpa, de alguna manera, tu conducta de
hoy? ¿Y por qué hoy no puedes librarte de tu dolor de cabeza? El hecho de que
el año pasado hayas obrado un milagro, ¿es motivo para que pases por alto el
problema que creaste hoy? La reputación no va a resolverte la vida. Se trata
de vivirlo a cada instante del presente divino.
No puedo enseñarle a nadie que insista en oír sólo lo
que le interesa oír. Yo puedo enseñarles a aquellos que despiertan y comprenden
que el verdadero problema de su vida es que han recibido una gran cantidad de
sabiduría, y que no sólo la escucharon verbalmente, sino que se les dio la
libertad de llevarla a la práctica. Y muchos tienen el mérito de haber podido
hacerlo y de haberse probado a sí mismos que la enseñanza no es una filosofía,
sino una verdad.

Yo podría sentarme a llorar durante otros 35.000 años,
porque la mayor travesía en la que me he embarcado ha sido regresar para
conseguir que realices ese único y pequeño milagro: la verdad. Y si eso no funciona,
entonces nada va a funcionar. No se trata de que yo sea Ramtha o que no lo sea,
sino de que yo te enseñé a obrar lo milagroso, y tú lo hiciste. ¿No hace eso
que nos preguntemos cuánto más hay ahí? Ese pequeño milagro, esos dos pequeños
milagros, esos dos niveles de verdad son como plumas en el viento en lo que
respecta a la personalidad, porque la personalidad puede negar, rechazar y
razonar lo milagroso en sus propios y sórdidos términos de lógica. Les ha
pasado a los mejores de vosotros. ¿Recuerdas el dicho que dice «los últimos
serán los primeros y los primeros serán últimos»? Es totalmente cierto.
En algún lugar dentro de cada uno de vosotros debe nacer, tal como nació en
mí, la idea de que debe existir algo mejor que mi vida. Yo tuve mucho tiempo
para pensar en eso durante los siete años que pasé en la roca. Yo me senté y
sufrí durante siete años. Y te diré algo que deberías considerar digno de atención: yo creé mi propia traición
porque en una sola ocasión no utilicé mi sabiduría. ¿Cuántas veces al día no
usas tu sabiduría? ¿Hace falta que te señale el abuso que le infliges a tu
vida por no usar la sabiduría que tienes en algún lugar dentro de ti y que
obtuviste un asombroso día?
Los primeros años estaba lleno de ira y amargura;
lleno de resentimiento y de odio. Estaba resentido con todos y odiaba a todos.
Yo era la víctima por excelencia. Como era el líder, sufrí una gran caída
desde mi inmortalidad, la leyenda que yo era. Imagínate eso. Yo sé por qué no
haces cosas que amenacen tu imagen, pues yo también lo hice; sé lo que se
siente. Yo estaba resentido, lleno de odio, y sin embargo, no podía hacer nada
al respecto. Así que siéntate allí, Ramtha, y resiéntete y odia un poco más;
sólo estás creando el día siguiente que te va a herir todavía más, y vas a
sentirte peor. Y después de un tiempo, me harté de sentirme peor. ¿Sabes por
qué estaba resentido? Por haberme caído de mi imagen, y a eso súmale la herida.
Yo estaba resentido por eso. Pero no podía hacer nada al respecto, después de todo,
yo había creado las circunstancias de mi propia caída. Así como tú continúas
creando las circunstancias que vuelven a presentarse en tu vida, así lo hice
yo.
Aquel pájaro nocturno me enseñó más de lo que había
aprendido en toda mi vida. Era mi compañero único y verdadero. A él no le
importaba que yo fuera el Ram, nada más no hagas ningún ruido, no sea que
despiertes a los pichones. Después de un tiempo obedecí eso. Yo estaba en su
territorio; ellos no estaban en el mío. ¡Qué interesante!
¿Sabes en qué consiste el resentimiento? En tratar de
volver al pasado. Existe una cualidad primitiva en la personalidad con respecto
a querer volver a su pasado. Es primitiva hasta el punto en que continúas regresando
a las cosas que te resultan familiares, formas de pensamiento familiares, modos
de pensar que son familiares. Es un elemento primitivo en ti. Yo lo sé; estaba
en mí.
Déjame decirte cómo es. Continúas reafirmando tu
pasado porque elegiste hacerlo. Por eso se interpone en el camino de lo milagroso
en tu vida, porque lo milagroso, con su luminosidad, debe atravesar las sombras
de tu personalidad. Regresar al pasado sería para mí como regresar a la última
ciudad que he arrasado, reconstruirla y volverla a destruir, luego pensar
acerca de eso, regresar y hacerlo otra vez. El pasado para mi -igual que lo que
tú haces todos los días— sería tratar de volver a Onai, erigirla, regresarla a
la posición donde estaba, dedicar todo mi tiempo a reconstruirla, piedra por piedra —y
ni qué hablar, por supuesto, de resucitar a la gente de entre los muertos—,
volverla a construir para hacer que me sometiera una vez más.
¿Por qué querría resucitar al guerrero que me escupió
en los ojos? ¿Por qué querría resucitar al sátrapa que deshonró a mi hermano?
¿Por qué querría hacer eso? Tú dices que tú no lo harías, pero yo te digo, ¿no
es eso lo que haces? ¿No reconstruyes tu pasado una y otra vez? Lo haces. Dices
que los rostros han cambiado, pero yo te digo que no sería diferente si yo me
fuera a otro plano, arrebatara a las personas que maté de la vida en la que
están actualmente, y ellas desaparecieran y regresaran al pasado. Lo único que
estás haciendo es reciclar los mismos rostros de siempre. Eso es lo único que
haces. Simplemente tienen puesta una máscara diferente.
Todavía no se te ha ocurrido realmente —excepto a
aquellos que puedo contar con una sola mano y que me sobren dedos— que para mí
la realidad comienza en la mente. No sucede en lo físico; eso no es realidad.
Esa es la diferencia con las personas que están atascadas en los escollos de
un río turbulento. Su realidad es el río turbulento.
Cruzar el río es
traicionero
Para los seres que han vivido su vida en comunión con
toda la vida, su realidad no es una única cosa específica, sino la comunión de
la vida misma, que está aquí. Si yo te dijera que no se trata de lo que haces,
sino de lo que piensas, entonces eso respaldaría, en pocas palabras, la
enseñanza de que conciencia y energía crean la realidad. Si lo hubieras
pensado, ya lo habrías hecho.
¿Cómo ponemos esa declaración en el contexto de lo
milagroso? Lo que piensas en tu cerebro siempre se manifiesta. Yo lo llamo
pensamiento común. El pensamiento común es el pensamiento más poderoso de
todos, porque no encuentra objeciones; se le permite ser. Lo milagroso requiere
nuestro trabajo: subir la energía más allá de nuestros tres primeros sellos,
debemos sentarnos y hacerlo. Es traicionero, porque quizá estamos cansados,
puede que sea tarde, tal vez estemos en la cama, o podríamos estar con alguna
prostituta. Así que siempre es traicionero; cruzar el río es traicionero. Pero
esto es lo que pasa. Tu pasado fue como mi pasado, yo me apoyaba sobre los
hombros de mis conquistas, pero cuando desaparecieron, me quedé sin hombros en
los que apoyarme. Ese era mi pensamiento común.

Tu pensamiento común es tu ego alterado, por eso se
sigue manifestando, y por eso tenemos que trabajar tan arduamente para que el
Espíritu Santo esté activo en nuestra vida. Decimos que es un trabajo arduo.
Sí, lo es, porque aún no te has apropiado de estas palabras. Estos
pensamientos transmitidos abiertamente y con elocuencia aún no son tus
pensamientos. Tú no piensas como yo. Incluso en el cerebro de esta mujer yo
pienso como un Dios, uso el cerebro como un Dios. ¿De qué otra manera explicas
esas horas de orientación fluida? Esa es la mente de Dios que fluye a través
de un cerebro humano, a la cual podrías criticar fácilmente, pero no puedes
negar que está fluyendo. Te estoy dando una demostración del pensamiento
común, fluye desde mí de manera ilimitada. Ni siquiera puedes sostener una
conversación conmigo. Tu pasado está reforzado por lo común de tu personalidad,
y lo milagroso aún no es parte de tus pensamientos. No piensas como Dios, por
lo tanto, no puedes vivir como Dios.
No se trata de lo que haces: se trata de lo piensas. Y
como tu profesor te digo que para mí tus pensamientos son realidad. No me
importa lo que hagas después, es insignificante. El punto de realidad se creó
en tu cerebro, y tú contemplaste el pensamiento. Eres un tonto si crees que
esos pensamientos no están expuestos
a todo el mundo del plano de la luz y más allá.
Eres un tonto si piensas que son privados, pues no lo son.
La divinidad fingida sólo te conducirá a la tumba, y
habrás perdido un cuerpo que te permite realizar las maravillosas obras del
reino del cielo. Retomo mi pregunta: ¿por qué le temes tanto a tu
personalidad? ¿Por qué piensas que si eres un ser divino vas a perder vida?
¡Qué tontería tan absurda!
Y no te excuses diciendo: «Soy joven». Esa no es una
excusa. La juventud ofrece la mayor reserva de energía para la consumación del
Cristo en la materia. Cuando envejeces, se hace difícil eliminar el dolor de
tus huesos, porque gran parte de tu vida emocional ahora está en ellos. Es aún
más difícil cuando ya no eres tan viril como para encontrar la energía hormonal
que ha perdido el cuerpo, para resucitarla en una clase de pasión que conocías
sólo cuando eras joven e imprudente. Todos piensan que son indestructibles
cuando son jóvenes. Son las hormonas las que te hacen pensar así, pero se
abusa de ellas, no se las usa.
¿Cuál es la recompensa? El reino de los cielos. ¿Y qué
significará eso? Significa que la mente se coloca en el altar de Dios, y se
coloca allí para que Dios simplemente la tome y la utilice como un instrumento
para crear el paraíso. Cuando lleguemos a ese punto, debemos depositar una pesada carga en ese altar, lo
que no es fácil, pues es difícil dejar a un lado nuestras enfermedades, ya que
han constituido nuestra personalidad. Es difícil dejar a un lado nuestra
sexualidad, pues nos ha causado problemas que le han dado sentido a nuestra
vida. Los problemas son siempre una razón para vivir.

Es difícil dejar a un lado la sexualidad. Es difícil
dejar a un lado la identidad femenina, porque te ha hecho llegar muy lejos en
la vida. Pero yo te digo que un día no te llevará a ninguna parte. Es muy
difícil dejar a un lado la identidad masculina, porque entonces piensas que te
pierdes la juventud. Te pido que te plantees conmigo, ¿hay algo que hayas hecho
que no continúes haciendo? Consideremos tus hábitos, ¿cuándo tienes
suficiente? Tienes suficiente cuando lo has hecho una vez, pero si eso no
basta, te pido que razones conmigo —muéstrame tu lógica, yo te escucharé—,
¿cómo es que la redundancia de esa actividad de tu vida podría ser superior a
la vida de una maestro? No lo es.
¿Significa que tienes miedo de que no te quieran? Si
te aferras al amor por medio de tu cuerpo, tu apariencia, tu juventud, o lo
que sea que te haya funcionado —lo que ha hecho que esas personas estén en tu vida—, si temes perder eso por el reino de los cielos,
entonces no eres digno del reino de los cielos y te has rodeado de las personas
equivocadas en tu vida. Si llevamos eso un poco más lejos, yo diría que tus
pensamientos las han creado a todas ellas, así que tus pensamientos están
equivocados, pues pienses lo que pienses en tu cerebro, debe consumarse aquí,
en los rostros de cada persona de tu vida.
Es mucho lo que hay que poner en el altar. Es mucho
lo que supone confiar en Dios. Pero Dios no se trata de confiar; se trata de
ser. La confianza existe sólo cuando estás separado de algo. Nunca puedes
desconfiar de ti mismo, eso sólo ocurre cuando estás separado de ti; y tú
estás separado. Nadie puede desconfiar nunca de sí mismo, porque siempre vive
aquello que es su yo, ya sea el humano o el Dios. Jamás puedes desconfiar de
lo que eres. Puedes predecir lo que serás por tus pensamientos, pero cuando se
trata de otra persona, eso es un signo de separación, es un acto de confianza.
En Dios no existe el confiar; sólo existe el ser.
Así es como es. En mi larga carrera, no sé cómo
decirte de manera más sencilla que has elegido tus pensamientos, y que eliges
pensarlos cada día como pensamiento común. Entiende esto: no debería haber
sorpresas en tu vida, porque no hay nada que suceda en tu vida que primero no
hayas pensado, contemplado y fantaseado como pensamiento común, el pensamiento
más poderoso de todos. No me mires y digas: «Fui inocente de esto». No lo
fuiste. Decláralo abiertamente. Eres un creador, y atribúyete el mérito por
eso, pues tú has tenido la fantasía, tú contemplaste el pensamiento, le diste
vueltas en tu cabeza, conspiraste, manipulaste, fuiste astuto, y ahora lo has
conseguido con todas esas complejidades. ¿De qué manera más sencilla lo puedo
decir?
Yo estaría totalmente fuera de lugar si te dijera que
estas son las enseñanzas más elevadas que hayan existido, sin que tú las
demostraras por ti mismo. Pero como tú has sido lo milagroso en esos
espléndidos momentos, yo estoy aquí para decirte que funcionan, y que
funcionan para todo el mundo.
Depositas mucho en el altar de Dios, pero cuando
cruces el río verás que no fue nada. Todos vais a cruzar el río, porque todos
vais a morir. Cuando cruces y estés fuera de este cuerpo —y fuera de esta red
neuronal atascada en sus hábitos— y eches una mirada hacia atrás, vas a
entender lo que te estoy diciendo. Tal vez haga falta otra de estas vidas para
que llegues a verlo.
Algunos piensan que yo no te dejo en paz. Es verdad,
no te dejo en paz. ¿Y por qué debería hacerlo? Soy tu profesor. Te estoy
diciendo lo que ningún otro puede decirte, ni siquiera tus mejores amigos, pues
ell0s nunca te dicen nada; siempre te dicen lo que les beneficia a ellos.
Vas a tener que reemplazar tu mente perteneciente al
mundo popular del ego alterado, sus idas y venidas, sus imágenes, sus
expectativas. Vas a tener que reemplazar algo de ese mundo con ser Dios, crear
un mundo y hacer cambios en él. Entonces, cuando caminas por el mercado sabes
que lo has afectado en vez de estar ahí sólo para pasar un buen rato. El mejor
de los tiempos —y así es— es el no tiempo. Caminar por un mercado y que no haya
tiempo significa que lo has cambiado. Ese es el mayor de todos los obsequios.
El mercado jamás te hará pasar un tiempo mejor que el que tú vas a crear, te lo
aseguro.
Si dices que eres seriamente un Dios de la Gran Obra,
debes dedicar una parte de tu vida a ser ese Dios. Y eso no significa que
tengas que pasearte en una larga túnica y propugnar palabras vacías. Significa
que debes vivir su sustancia y ser recto.
RAMTHA