lunes, 28 de mayo de 2012

¿QUE SIGNIFICA SER PURO DE ESPIRITU?

Hay un dicho que es absolutamente cierto; dice que los puros de espíritu ven a Dios. Pensemos en esa fra­se: los puros de espíritu. ¿Qué significa? ¿Por qué no pudiste sentir la presencia del Espíritu Santo? Porque no eres puro de espíritu. Eso significa que en tu mente armas juegos y pones puertas trampa, y estableces en qué condiciones serás un ser espiritual. Eso es lo que significa. Una persona que es astuta, manipuladora, y que solo toma de esto lo que quiere y nada más no es pura de espíritu.
Podríamos tomar a una persona común y corriente de la calle, que nunca ha oído las enseñanzas, una en­tidad común que siempre ha sido franca y nunca a ma­nipulado a nadie, y decir que es un hombre sincero o una mujer sincera. Algunas personas necesitan decir que la sinceridad es algo brutal. La sinceridad no es brutal; es deliciosa, es inusual. Todos vosotros pensáis que decir no es ser sincero. ¿Sabíais que decir sí también lo es? ¿No es eso exquisito? Algunos de vosotros pensáis que ser sincero implica ser malvado. No es asi. Es compasión. Es belleza; belleza verdadera. Cuando una persona es honorable contigo, es que es pura de espíritu. No hace falta que esté en esta escuela. Pureza de espíritu significa que no hay sombras que la res­puesta tenga que atravesar, no hay laberinto que deba recorrer del cual saldrá confusa y deformada.
Cuando una persona es honorable contigo, no tie­nes que entrar en su juego y quedar atrapado en su vida para tratar de hallar la solución. Una mujer ho­norable es pura de espíritu y se ha purificado a sí mis­ma, ya sea por su educación o por las circunstancias en las que se encuentra. Nunca se ha sentido perseguida por su pasado. Nuestro pasado nos persigue cuando hemos sido deshonestos con nosotros mismos y nunca observamos la verdad en nuestro interior. La razón de que tengamos pesadillas es que jamás hemos sido sin­ceros con nosotros mismos, y no nos hemos dicho lo que realmente somos. Siempre hemos jugado a los es­pías y a las escondidas con nosotros mismos. ¿Y por qué? Estoy seguro de que para ser encantadores, para agradar, para ser misteriosos, para ser astutos. Todos esos juegos, toda esa manipulación, han destruido la pureza del espíritu.
La entidad que vive en los arrabales y es capaz de ser honorable no dice mentiras; y tú mientes un mon­tón. Creas rumores, mientes, y eres deshonesto por­que no sabes lo que es ser honorable. No sabes lo que es hablar simplemente tu verdad. Sin embargo, la prác­tica que conlleva hacer eso hace aflorar la rectitud en el individuo. ¿Por qué menciono esto? Porque el enga­ño es el juego del ego alterado. El engaño es el juego. Mientras podamos mantener a los demás aquí ocupa­dos, bajo la falsa idea de que somos lo que decimos que somos, ellos nunca pasarán de cierta línea para descu­brir lo que ni siquiera nosotros sabemos que somos.
¿Qué tiene eso que ver con el hecho de que con­ciencia y energía crean la realidad? La falta de rectitud provoca un fraccionamiento de la energía enfocada, pues cada vez que te enfocas, debe dirigir su enfoque a través del laberinto de la deshonestidad y la falta de rectitud. Esa energía pura es la que siempre se estruja en el trapo sucio, y el agua que al entrar era pura, sale turbia y mugrienta por el otro lado. Y tú dices: «¿Qué pasó? No funcionó». Las enseñanzas no te van a fun­cionar hasta que seas puro de espíritu. Eso significa ser sincero y honorable, que cuando te acuestas por la noche tus sueños no te inquietan, y que no estás pre­ocupado por lo que le dijiste a aquella persona y re­cuerdas lo que dijiste e intentas mantener la trampa tendida. Cuanto más sincero y honorable eres, más lim­pio estás. Entonces, cuando añadimos el pensamiento común de la mente de Dios, se produce la manifesta­ción instantánea. Las manifestaciones que has conse­guido tras largas horas de enfoque se han manifestado de forma fraccionada. Si llegas a iluminarte acerca de esto, verás que alumbró cada parte del laberinto de la mente en vez de ir directamente al centro. Entenderás que no puedes manifestar nada en tu vida que no haya atravesado el laberinto de la mente.
¿Realmente esperas que tu enfoque en lo milagro­so aparezca inmediatamente? Si conciencia y energía son la base suprema de toda la realidad, entonces ¿qué hemos hecho con nuestra conciencia y cuáles son las reglas de la manifestación aquí? Las reglas no son nada que hayamos escrito, sino nuestra manera de pensar y, ¡ay!, aquí encontramos el pequeño inconveniente. Comprendemos que sólo cuando somos puros de espí­ritu podemos conseguir la manifestación pura e ins­tantánea. ¿Y por qué en nuestra vida han sucedido pequeñas cosas insignificantes, y pareciera que no ha sucedido ninguna de las grandes cosas? Porque las gran­des cosas requieren mucha maquinación y planificación, y las pequeñas cosas son tan insignificantes que no necesitan un laberinto, pues no son importantes; por eso suceden.
¿Por qué un día puedes curar tu dolor de cabeza y al día siguiente no puedes? Porque el dolor de cabeza presenta algunos imprevistos. Primero tenemos que ver por qué elegimos tener el dolor de cabeza y cómo el dolor de cabeza nos ha beneficiado. Tal vez ese día no queríamos trabajar. Tal vez el dolor sea consecuencia del estrés. ¿De dónde vino el estrés? De la desconfian­za. ¿De dónde vino la desconfianza? Del estado de se­paración, la falta de unidad en Dios. ¿Cómo podemos entonces curar el dolor de cabeza hasta que no haya­mos curado el problema que está detrás de eso, hasta que no hayamos limpiado a fondo el laberinto que con­duce a él? El dicho antiguo dice que los puros de cora­zón y los puros de espíritu siempre ven a Dios.

Entonces, ¿qué deberías estar haciendo? Si yo fue­ra tú —y soy feliz de no serlo—, en vez de trabajar en la riqueza fabulosa, trabajaría en todos los desvíos que me apartan de mi Dios y me apartan de serlo. ¿Y qué vendría a ser eso? Mi propia deshonestidad, los juegos en los que entro conmigo mismo. Por ejemplo: ¿cuán­do vas a dejar de culpar a tus padres por tu vida mise­rable, y por qué sigues cargando con eso como una muleta? Porque te conduce a donde quieres. Eso es lo que hacen las personas astutas. Lo pueden usar para conseguir lo que quieren. ¿Entiendes ahora cómo fun­ciona el juego? Las personas honradas no hacen esto* lo hacen las personas astutas. Es parte de la estrategia del juego, es parte de un ataque. Cada vez que haces eso, es como si yo regresara y reconstruyera la ciudad de Onai tan sólo para destruirla otra vez. ¡Qué ridícu­lo es eso! Tú haces lo mismo pero a costa del reino de los cielos y, a fin de cuentas, a costa del tormento.

Si yo fuera tú, trabajaría en la rectitud y en la pure­za de espíritu. Todos los días dedica cinco minutos de tu día —sé que va a ser difícil— a estar totalmente presente y decir: «Espíritu Santo, mi Espíritu Santo, te suplico que en este día presentes ante mí el cenagal de mi deshonestidad y que me alimentes de él hasta que lo haya consumido todo y ya no quede nada.» Es difícil de hacer, pero si vas hacia la inmortalidad, no tienes otra elección, porque eso es lo que te está apar­tando de ella.
Lo segundo que yo haría es aprender a ser recto, el uso recto del enfoque. ¿Qué significa eso? Significa que dejes de pensar en función de tu ego alterado y pienses en función de la luz de toda la eternidad. Esta vida que estás viviendo... Hay algunos de vosotros que no sa­béis lo cerca que estaréis de morir. Muy cerca. Esta vida podría terminarse mañana por la mañana, y tú ni siquiera la has vivido. Piensas que vivir la vida es acos­tarte con cada prostituta. Piensas que la vida es visitar todas las tabernas del Pony Pisador. Piensas que la vida son las drogas. Eso no es vida. Y así te has perdido de la vida una vez más.

Yo empezaría a pensar teniendo en cuenta la luz de toda la eternidad. Mi próximo punto de enfoque sería cuánto vale este momento a la luz de toda la eterni­dad. ¿Qué estoy a punto de decir? ¿Lo que estoy a pun­to de decir es relevante para el momento presente y para el problema en que me encuentro, o es relevante a la luz de toda la eternidad? Yo siempre elegiría la luz de toda la eternidad, pues recuerda que, en última instancia, nosotros somos nuestros propios fiscales, nosotros somos el verdugo. ¿Por qué habríamos de ro­garles a ellos —que somos nosotros— la liberación para una vida temporal cuando podemos tener vida para toda la eternidad? A la luz de toda la eternidad, ¿cuán­to vale este momento?

Lo siguiente que haría es no quitarles nada a los demás ni jugar al juego de la prostitución mental. Hay algunos de vosotros aquí que sois muy tacaños, sois unos codiciosos ladrones. ¿Qué podemos decir de eso? ¿Cómo puedes pedir riqueza fabulosa cuando eres ava­ro con la riqueza que tienes? ¿Cómo puedes ser Dios v codiciar tu monedero?

Algunos de vosotros aquí sois ladrones. Robáis a la gente y lo llamáis manifestación. ¿Ves cómo funciona el laberinto? ¿Ves cómo justificamos todo y que la per­sonalidad debe ser justificada a fin de que pueda asirse a esta vida? Te digo que ni por todo el dinero de este mundo ni del mundo venidero te vale la pena perder tu pureza de espíritu. No lo vale. Hay muchos santos que anduvieron sobre esta tierra y que comían pan ácimo, sólo bebían agua, y a veces ni siquiera eso, y el vino hubiese sido un placer sin medida. ¿Quién hizo esto y por qué? Porque era el principio fundamental de sus vidas. Podían gozar del vino, del banquete empala­goso, del cordero, los dulces, las olivas y el queso, pero sólo si sabían andar en ciertos círculos, y hacer eso significaba enturbiar la pureza del espíritu. Los gran­des seres a veces eligen ser simples porque el ser de otra manera implica renunciar a lo que les es más cer­cano y querido: la luz de toda la eternidad.

Al otro extremo de esto estáis aquellos de vosotros que sois ladrones. Os he observado. ¿No sentiste que tu conciencia se estremecía? Sí, lo sentiste. ¿Sabes qué hiciste con eso? Lo justificaste diciendo que era una manifestación. No es tuyo a menos que te lo den, y que te lo den por medio del amor de Dios —Dios es un dador; no quita—, y que te lo den sin esperar nada a cambio. Eso es incondicional e ilimitado. Vas a en­contrar muy pocas personas en el mundo que saben dar de esa manera, así que las ocasiones de recibir po­drían ser muy pocas. Pero todo debería ponerse en la balanza frente a tu vida espiritual.

No tomes ni una copa de oro ni un penique de cobre que no te pertenezcan, y si lo has hecho, devuél­velos. Eso se llama honestidad y ser honorable. Es algo difícil de hacer; es difícil tragarse la propia deshonra. Yo preferiría tragarme mi deshonra y saber que viviré para siempre —tal vez burlarme de mi propia ridiculez y de mis propios camaradas—, preferiría vivir confor­me a eso antes que ir a parar a los gusanos, perder mi memoria, nacer otra vez sin ningún recuerdo, y tener que empezar todo esto de nuevo con un alma herida.

RAMTHA

LA DIFERIENCIA ENTRE OIR LAS PALABRAS Y LLEVARLAS A LA PRACTICA


Al observarte, pues has venido aquí a aprender la vida espiritual, a aprender el poder de la conciencia y la energía y cómo solucionar ciertos problemas de tu vida, quiero que sepas, de manera muy franca y directa, que no me escuchas. Filtras sólo lo que tu parte humana necesita y no oyes el resto. ¿Cuál es la diferencia en­tonces entre oír las palabras y llevarlas a la práctica? Si hubieras escuchado todo lo que te he enseñado, y si te hubieras dedicado con sinceridad a aplicar todo lo que te he enseñado con la debida presteza y a concre­tar esa realidad adecuadamente, entonces, cualquiera haya sido lo que creaste, habrías realizado una travesía que convertiría en realidad todos tus sueños. Pero tú no me escuchas.

Para entender por qué algunos de tus sueños no se harán realidad, te diré que hay algunos de vosotros que insistís en hacer las cosas a vuestro modo. Yo te digo que tú no sabes más que yo, porque si lo hicieras no estarías sentado donde estás, y yo donde estoy. Pero hay una obstinación en la psique humana que es inte­resante. Todo el mundo se afana por ser singular. Por eso existe una palabra llamada belleza y una palabra llamada fealdad. Ahora bien, en el verdadero reino de Dios, esas palabras ni siquiera existirían. No serían necesarias, porque no son aspectos de Dios, son aspec­tos del ser humano.

Hay una necesidad de individualidad; lo complejo, sin embargo, es que quieres ser suficientemente indi­vidual, pero quieres mezclarte. Quieres ser un indivi­duo, pero quieres que te acepten. ¿Quién quieres que te acepte? ¿Otros individuos? Así que junto a esta ne­cesidad de ser un individuo y valerte por ti mismo, tenemos a un tonto. Y el tonto dice: «Yo sé lo que más me conviene y puedo descartar toda esta basura, por­que no es lo que quiero ahora en mi vida. Quiero ser un individuo. No quiero homogeneizarme con el Es­píritu. Trabajé muy duramente para ser individualista».

Así que esto es lo pasa: tomas sólo lo que quieres tomar y lo que piensas que es bueno para ti. Yo jamás te he dado una enseñanza que no te beneficiara ni una enseñanza que, de ser aceptada completamente, no te hiciera evolucionar. No estoy aquí para hacerte retro­ceder; estoy aquí para hacerte avanzar hacia el hermo­so, maravilloso y delicioso presente que te sigues perdiendo.
En esta necesidad de individualidad, estableces tus propias reglas, y yo debo enseñarte en torno a esas re­glas. Entonces, cuando venimos a crear un nuevo año, ¿cómo vas a edificarlo? ¿Qué herramientas, me atrevo a preguntar, has cultivado durante el año anterior que te permitirán llevar a cabo con absoluta certeza aque­llo que quieres? Y te diré esta noche que estás lisiado.

¿Por qué tu vida como individuo está tan trastor­nada, y tu vida como ser espiritual sólo viene en tu ayuda, al parecer, en el momento más extraño y res­pecto a cosas que ni siquiera parecen ser importantes? ¿Por qué el Espíritu no está íntegramente contigo? Por que tú estableces las condiciones. Tú instalas la red neuronal. Le has puesto una pared a la expresión to­tal, a la participación total.
El Vacío nos limpia, ¿no lo sabes? Cuando entra­mos en el Vacío, no podemos hacerlo en carne y hue­so. Esta cara bonita no puede ir allí, este hermoso cuerpo no puede ir allí, y sin embargo, esas son las normas que establecemos para el yo. Y ser capaces de concentrarnos es demasiado incómodo para esta cara bonita y este cuerpo hermoso. ¿Y sabes lo que haces? Ni siquiera lo intentas. Llegas hasta cierto punto y sim­plemente te pones a pensar. ¿Por qué no llegaste hasta allí? Porque no escuchas y porque no trabajas. Esperas que yo haga el trabajo por ti. Esta escuela no se trata de eso. Yo ya hice mi trabajo, viví la vida, transité el camino. Este es tu trabajo. ¿Es difícil esto? No es nada difícil, es tan simple como las decisiones que has to­mado en tu vida.

LOS SECRETOS DE LA VIDA NO ESTAN FUERA DE NUESTRO ALCANCE


En mi vida, mis grandes maestros fueron todos los hombres que conquisté, todas las personas que amé, todas las mujeres que conocí, y cada parte de cada ár­bol que encontré en mi travesía. Todos ellos me ense­ñaron a hacer una pausa más adelante en mi vida, y comprender que Dios se embellece en una hoja, y que los secretos de la vida no son tan profundos como para que los hombres y las mujeres comunes no sean capa­ces de percibirlos. Están allí mismo, en el árbol joven que crece a la sombra del más grande esforzándose por alcanzar la luz.
Están allí, en los peces que emprenden el camino de regreso a sus nidos para asegurar la super­vivencia de sus crías, para que ellos también un día puedan ser parte del espíritu de Dios en la materia. Están allí, cuando observas la travesía del humilde es­carabajo, que recorre el traicionero camino de los de­predadores y encuentra suficiente alimento que llevar a su refugio para poder subsistir; o cuando observas las aves acuáticas posarse sobre ríos de esmeralda entre los juncos que crujen, y las observas mientras eligen a sus parejas, es algo muy especial, y ves cómo entregan su vida para construir sus nidos y se pasan largas horas atendiendo el huevo, el huevo sagrado, para engen­drar a las crías y cuidarlas desinteresadamente. ¿No es eso Dios? Esa es una gran enseñanza.

Cuando nos volvemos conscientes de que somos Dios, vemos la vida de manera diferente. La mayoría de vosotros aún se debate en el río turbulento de la humanidad. Todavía estás atrapado en las contrarie­dades de tu pasado, en las heridas de tu cuerpo, en tus redes neuronales. Estás intentado cruzar al otro lado, pero tienes tanto miedo de resultar herido, o de per­derte alguna otra cosa, que te refrenas. Estás atrapado en las contrariedades de cruzar este río.

Contemplemos esto entonces. Cuando no sabemos que somos Dios, sabemos una sola cosa; que somos se­res humanos. Ese saber es tan común que aún no he­mos alcanzado la asombrosa comprensión de que cuan­do sabemos que es eso lo que somos, no es de extrañar, entonces, que seamos parte de las contrariedades de la vida que rasgan la carne y se enganchan a ella, que seamos parte de una vida tan sobrecargada por la car­ne que tenemos miedo de cruzar el río.

El aspecto iluminador de esto es, por supuesto, que nosotros le hemos dado poder a lo que pensamos que somos. Os he observado hace 35.000 y os he observa­do hace poco, pues, tal como se ve, cada instante es propicio al cambio. No hay nada establecido, excepto lo que la divinidad puede establecer para el ignorante, y sólo puede establecerlo conforme al ignorante. La divinidad nunca ha sido capaz de establecer lo divino para la divinidad.
Te he observado y contemplado, porque cuando no sabes que te observan eres más auténtico. Entonces sé qué clase de estudiante tengo, sé cuál es el poten­cial que estás colapsando y qué es lo que realmente deseas vivir. Sé cuál es tu naturaleza común. Esa es la elección más poderosa, pues significa que Dios debe fluir a través de esa naturaleza común del ser humano. Observo cómo todos los días pasas por alto grandes enseñanzas. ¿Y sabes por qué las pasas por alto? Porque jamás las ves. ¿Sabes qué vez? Ves tu cuerpo, tu rostro. Ves lo esbelto o lo gordo que está tu cuerpo. Piensas en comer, en dormir y en copular. Piensas en la ropa. Piensas en todas estas cosas.

Lo que eso me dice, en simples palabras humanas, es que has elegido ver sólo lo que favorece a tu cuerpo. Y eso me dice —y así es— que has ignorado a tu Dios. Todos los días al despertarte, tu elección es o ver el cuerpo y su personalidad o ver al Dios.

Hay unos pocos de vosotros —y nos sobran los de­dos de una mano para contarlos— que están apren­diendo a ver a Dios a diario y comúnmente. Eso significa que para ellos cada día es una lección. Las lecciones no tienen por qué ser difíciles; las lecciones pueden ser maravillosamente asombrosas. Asombrar­se es una experiencia placentera. Estar cautivado por algo tan simple y a la vez ser capaz de ver su mecanis­mo es una experiencia asombrosa. Sois muy pocos los que habéis asumido la naturaleza común de ver lo que sois, lo que queréis ser, Dios. ¿Cómo vemos a Dios en su forma más elevada, más pura y más directa? En la naturaleza, y cuando te levantas y das un paseo y miras a tu alrededor, encuentras regocijo en la luz matinal.
Algunos de vosotros no os regocijáis en la luz ma­tinal porque está lloviendo, pero eso es tu humanidad.
Quiero que lo sepas. Tu humanidad no se regocija en nada que sea molesto, pero tu Dios se regocija en la lluvia, porque es el agua de la vida; nutre la tierra. ¿Y cuándo podrías decir que hay demasiada? Nunca será suficiente.

En el instante que se despiertan, ellos inhalan el aliento de vida y se regocijan en su vitalidad. Si lo que somos refleja exactamente lo que hay en nuestra vida, entonces, ¿qué eres tú? Eres una persona que en el pen­samiento común no necesita que se le recuerde, no necesita ir a mirar una nota que diga: «Hoy observa la naturaleza; allí verás a Dios»; una persona que no ne­cesita hacer eso, que se despierta y ve que ahora es una entidad que ha elegido simplemente verse a sí misma conectada a todo en vez de aislada en una forma hu­mana.
Sin embargo, esta es la paradoja: la entidad que descubre las lecciones de la naturaleza se convierte en un amante de la naturaleza. Sólo observamos aquello que verdaderamente amamos u odiamos. Y la entidad que observa la naturaleza, se observa a sí misma — ¡qué hermoso!—, porque en ese momento es la unión de la totalidad. Eso es un maestro que se está forman do, lo está haciendo silenciosamente. Esa entidad entonces, vivirá una realidad diferente a la realidad de la entidad humana, porque esa entidad puede cruzar el río y caminará sobre el agua, pues es el agua. El ser humano se acercará al agua y dirá: «Te ordeno que te quedes quieta y yo construiré un puente para cruzar­te». La peculiaridad de los seres humanos es que todo lo hacen para la gloria de su propio yo. Pero ¿quién es el yo al que están glorificando? El humano, la perso­nalidad: «Puedo construirlo mejor y más grande».

Igual que mi ejército alrededor del gran árbol, el Señor del Bosque. Les pedí que me contestaran: «¿Qué sabe este árbol que vosotros no sabéis?» No podían contestar esa pregunta, pues eran guerreros. ¿Cómo podía intimidarlos un ser tan obviamente gigantesco? ¿Cómo esa cosa podía saber más que ellos? Como su ego alterado se interpuso en el camino, no pudieron hallar la respuesta, y sin embargo, estaba delante de sus ojos; ni siquiera podían verla. Eso es lo que tú eres; así es como eres.

—Este árbol no sabe morir; sólo vosotros sabéis hacer eso. Este árbol estará vivo cuando las generacio­nes de los descendientes de vuestros descendientes que aún no han nacido vivan aquí.—Pero, Señor, podemos derribar este árbol en un instante.
—No en un instante; os hará falta más de un ins­tante para extirpar el corazón de este árbol. Y eso es verdad. Podéis hacerlo, pero esa es la diferencia entre el árbol y vosotros: vosotros sabéis morir; él no.

RAMTHA

LAS ENSEÑANZAS SON UNA AMENAZA PARA NUESTRA PERSONALIDAD


Realmente necesitas algo de ayuda, pues no tienes fe en este trabajo. Lo echaste a perder, lo aceptaste sólo hasta el punto en que no avergonzara, rebajara o em­pequeñeciera tu identidad individual. Y al hacer eso, la identidad fue más importante que el Espíritu Santo.

Cuando necesitas las enseñanzas, no tienes fe en ellas, porque no las aplicas. Así que en definitiva, lo que debemos considerar es por qué pides algo que no te mereces. No te mereces el Espíritu Santo ni te me­reces la resolución; tampoco eres digno de caminar sobre el agua, sobre ese río turbulento que va a permi­tirnos dar el paso de nuestra humanidad a nuestro es­píritu.

No existe ningún otro lugar —y te ruego que vayas y encuentres uno, si piensas que me equivoco— que hubiera podido transmitirte enseñanzas y disciplinas tan magníficas, con una gracia, fortaleza y tenacidad tan absolutas como las que se te han ofrecido aquí. Pero parece que tú consideras las enseñanzas como una amenaza física. Lo son. Son una amenaza para la per­sonalidad. Cuando la personalidad necesita derramar su semilla, tener sus orgasmos, llenarse la barriga, ali­sarse el cabello, y ponerse sus ropas finas, las enseñanzas se interponen en su camino. Todo esto son reacciones sensuales, y cuántas más reacciones sensuales tenga­mos, más hermosos somos o más aceptables. Así es jus­tamente como funciona.

Consideras a las enseñanzas como una amenaza; pues bien, lo son, porque te piden que reemplaces este ego alterado con el reino del cielo. Cuando lo adora­ban por los milagros que realizaba, Yeshua ben José decía: «No he sido yo quien ha hecho esto». Lo que estaba diciendo era: «No he sido yo, Yeshua ben José, quien ha hecho esto. No veneréis mi ego alterado. No veneréis mi rostro ni mis pies. No veneréis mis vesti­duras. ¿No entendéis? Fue el Padre celestial que vive en mí quien lo hizo. Yo no soy nada». Nunca se adju­dicó el mérito por su obras, siempre se lo dio a Dios, y al hacer eso, pasó una prueba que tú nunca enfrenta­rás en esta vida, porque no tienes las agallas de decir «es mi Dios quien lo ha hecho», pues es demasiado difícil quitarle el mérito a tu personalidad; demasiado tentador. Supongo que esa es la diferencia y el motivo de que los maestros no residan entre vosotros. Lo úni­co que recibimos en la vida es aquello que somos. Sólo manifestamos en nuestra vida aquello que es igual a lo que somos. Esa es la ley; sin excepciones y sin prejui­cios. Obtienes todo lo que deseas y, por desgracia, de­seas lo que es perecedero. Yo me esfuerzo por enseñarte acerca de lo imperecedero.

Muchos de vosotros habéis hecho milagros, ¿pero es eso suficiente como para que te cruces de brazos el resto de tus días? «Bueno, fui capaz de hacer esto. Hace dos años hice aquello, hice lo otro.» ¿Vas a vivir a cuen­ta de esa reputación? ¿Acaso disculpa, de alguna ma­nera, tu conducta de hoy? ¿Y por qué hoy no puedes librarte de tu dolor de cabeza? El hecho de que el año pasado hayas obrado un milagro, ¿es motivo para que pases por alto el problema que creaste hoy? La reputa­ción no va a resolverte la vida. Se trata de vivirlo a cada instante del presente divino.
No puedo enseñarle a nadie que insista en oír sólo lo que le interesa oír. Yo puedo enseñarles a aquellos que despiertan y comprenden que el verdadero proble­ma de su vida es que han recibido una gran cantidad de sabiduría, y que no sólo la escucharon verbalmente, sino que se les dio la libertad de llevarla a la prácti­ca. Y muchos tienen el mérito de haber podido hacer­lo y de haberse probado a sí mismos que la enseñanza no es una filosofía, sino una verdad.

Yo podría sentarme a llorar durante otros 35.000 años, porque la mayor travesía en la que me he embar­cado ha sido regresar para conseguir que realices ese único y pequeño milagro: la verdad. Y si eso no fun­ciona, entonces nada va a funcionar. No se trata de que yo sea Ramtha o que no lo sea, sino de que yo te enseñé a obrar lo milagroso, y tú lo hiciste. ¿No hace eso que nos preguntemos cuánto más hay ahí? Ese pe­queño milagro, esos dos pequeños milagros, esos dos niveles de verdad son como plumas en el viento en lo que respecta a la personalidad, porque la personalidad puede negar, rechazar y razonar lo milagroso en sus propios y sórdidos términos de lógica. Les ha pasado a los mejores de vosotros. ¿Recuerdas el dicho que dice «los últimos serán los primeros y los primeros serán últimos»? Es totalmente cierto.

En algún lugar dentro de cada uno de vosotros debe nacer, tal como nació en mí, la idea de que debe exis­tir algo mejor que mi vida. Yo tuve mucho tiempo para pensar en eso durante los siete años que pasé en la roca. Yo me senté y sufrí durante siete años. Y te diré algo que deberías considerar digno de atención: yo creé mi propia traición porque en una sola ocasión no uti­licé mi sabiduría. ¿Cuántas veces al día no usas tu sa­biduría? ¿Hace falta que te señale el abuso que le infliges a tu vida por no usar la sabiduría que tienes en algún lugar dentro de ti y que obtuviste un asombroso día?

Los primeros años estaba lleno de ira y amargura; lleno de resentimiento y de odio. Estaba resentido con todos y odiaba a todos. Yo era la víctima por excelen­cia. Como era el líder, sufrí una gran caída desde mi inmortalidad, la leyenda que yo era. Imagínate eso. Yo sé por qué no haces cosas que amenacen tu imagen, pues yo también lo hice; sé lo que se siente. Yo estaba resentido, lleno de odio, y sin embargo, no podía ha­cer nada al respecto. Así que siéntate allí, Ramtha, y resiéntete y odia un poco más; sólo estás creando el día siguiente que te va a herir todavía más, y vas a sentirte peor. Y después de un tiempo, me harté de sentirme peor. ¿Sabes por qué estaba resentido? Por haberme caído de mi imagen, y a eso súmale la herida. Yo estaba resentido por eso. Pero no podía hacer nada al respecto, después de todo, yo había creado las cir­cunstancias de mi propia caída. Así como tú conti­núas creando las circunstancias que vuelven a presentarse en tu vida, así lo hice yo.

Aquel pájaro nocturno me enseñó más de lo que había aprendido en toda mi vida. Era mi compañero único y verdadero. A él no le importaba que yo fuera el Ram, nada más no hagas ningún ruido, no sea que despiertes a los pichones. Después de un tiempo obe­decí eso. Yo estaba en su territorio; ellos no estaban en el mío. ¡Qué interesante!
¿Sabes en qué consiste el resentimiento? En tratar de volver al pasado. Existe una cualidad primitiva en la personalidad con respecto a querer volver a su pasa­do. Es primitiva hasta el punto en que continúas re­gresando a las cosas que te resultan familiares, formas de pensamiento familiares, modos de pensar que son familiares. Es un elemento primitivo en ti. Yo lo sé; estaba en mí.

Déjame decirte cómo es. Continúas reafirmando tu pasado porque elegiste hacerlo. Por eso se interpo­ne en el camino de lo milagroso en tu vida, porque lo milagroso, con su luminosidad, debe atravesar las som­bras de tu personalidad. Regresar al pasado sería para mí como regresar a la última ciudad que he arrasado, reconstruirla y volverla a destruir, luego pensar acerca de eso, regresar y hacerlo otra vez. El pasado para mi -igual que lo que tú haces todos los días— sería tratar de volver a Onai, erigirla, regresarla a la posición donde estaba, dedicar todo mi tiempo a reconstruirla, piedra por piedra —y ni qué hablar, por supuesto, de resucitar a la gente de entre los muertos—, volverla a construir para hacer que me sometiera una vez más.

¿Por qué querría resucitar al guerrero que me escu­pió en los ojos? ¿Por qué querría resucitar al sátrapa que deshonró a mi hermano? ¿Por qué querría hacer eso? Tú dices que tú no lo harías, pero yo te digo, ¿no es eso lo que haces? ¿No reconstruyes tu pasado una y otra vez? Lo haces. Dices que los rostros han cambia­do, pero yo te digo que no sería diferente si yo me fue­ra a otro plano, arrebatara a las personas que maté de la vida en la que están actualmente, y ellas desapare­cieran y regresaran al pasado. Lo único que estás ha­ciendo es reciclar los mismos rostros de siempre. Eso es lo único que haces. Simplemente tienen puesta una máscara diferente.

Todavía no se te ha ocurrido realmente —excepto a aquellos que puedo contar con una sola mano y que me sobren dedos— que para mí la realidad comienza en la mente. No sucede en lo físico; eso no es realidad. Esa es la diferencia con las personas que están atasca­das en los escollos de un río turbulento. Su realidad es el río turbulento.
Cruzar el río es traicionero              
Para los seres que han vivido su vida en comunión con toda la vida, su realidad no es una única cosa es­pecífica, sino la comunión de la vida misma, que está aquí. Si yo te dijera que no se trata de lo que haces, sino de lo que piensas, entonces eso respaldaría, en pocas palabras, la enseñanza de que conciencia y ener­gía crean la realidad. Si lo hubieras pensado, ya lo ha­brías hecho.

¿Cómo ponemos esa declaración en el contexto de lo milagroso? Lo que piensas en tu cerebro siempre se manifiesta. Yo lo llamo pensamiento común. El pen­samiento común es el pensamiento más poderoso de todos, porque no encuentra objeciones; se le permite ser. Lo milagroso requiere nuestro trabajo: subir la ener­gía más allá de nuestros tres primeros sellos, debemos sentarnos y hacerlo. Es traicionero, porque quizá esta­mos cansados, puede que sea tarde, tal vez estemos en la cama, o podríamos estar con alguna prostituta. Así que siempre es traicionero; cruzar el río es traicionero. Pero esto es lo que pasa. Tu pasado fue como mi pasa­do, yo me apoyaba sobre los hombros de mis conquis­tas, pero cuando desaparecieron, me quedé sin hombros en los que apoyarme. Ese era mi pensamiento común.

Tu pensamiento común es tu ego alterado, por eso se sigue manifestando, y por eso tenemos que trabajar tan arduamente para que el Espíritu Santo esté activo en nuestra vida. Decimos que es un trabajo arduo. Sí, lo es, porque aún no te has apropiado de estas pala­bras. Estos pensamientos transmitidos abiertamente y con elocuencia aún no son tus pensamientos. Tú no piensas como yo. Incluso en el cerebro de esta mujer yo pienso como un Dios, uso el cerebro como un Dios. ¿De qué otra manera explicas esas horas de orienta­ción fluida? Esa es la mente de Dios que fluye a través de un cerebro humano, a la cual podrías criticar fácil­mente, pero no puedes negar que está fluyendo. Te es­toy dando una demostración del pensamiento común, fluye desde mí de manera ilimitada. Ni siquiera pue­des sostener una conversación conmigo. Tu pasado está reforzado por lo común de tu personalidad, y lo mila­groso aún no es parte de tus pensamientos. No piensas como Dios, por lo tanto, no puedes vivir como Dios.

No se trata de lo que haces: se trata de lo piensas. Y como tu profesor te digo que para mí tus pensamien­tos son realidad. No me importa lo que hagas después, es insignificante. El punto de realidad se creó en tu cerebro, y tú contemplaste el pensamiento. Eres un tonto si crees que esos pensamientos no están expuestos
 a todo el mundo del plano de la luz y más allá. Eres un tonto si piensas que son privados, pues no lo son.
La divinidad fingida sólo te conducirá a la tumba, y habrás perdido un cuerpo que te permite realizar las maravillosas obras del reino del cielo. Retomo mi pre­gunta: ¿por qué le temes tanto a tu personalidad? ¿Por qué piensas que si eres un ser divino vas a perder vida? ¡Qué tontería tan absurda!

Y no te excuses diciendo: «Soy joven». Esa no es una excusa. La juventud ofrece la mayor reserva de energía para la consumación del Cristo en la materia. Cuando envejeces, se hace difícil eliminar el dolor de tus huesos, porque gran parte de tu vida emocional ahora está en ellos. Es aún más difícil cuando ya no eres tan viril como para encontrar la energía hormo­nal que ha perdido el cuerpo, para resucitarla en una clase de pasión que conocías sólo cuando eras joven e imprudente. Todos piensan que son indestructibles cuando son jóvenes. Son las hormonas las que te ha­cen pensar así, pero se abusa de ellas, no se las usa.

¿Cuál es la recompensa? El reino de los cielos. ¿Y qué significará eso? Significa que la mente se coloca en el altar de Dios, y se coloca allí para que Dios sim­plemente la tome y la utilice como un instrumento para crear el paraíso. Cuando lleguemos a ese punto, debemos depositar una pesada carga en ese altar, lo que no es fácil, pues es difícil dejar a un lado nuestras enfermedades, ya que han constituido nuestra perso­nalidad. Es difícil dejar a un lado nuestra sexualidad, pues nos ha causado problemas que le han dado senti­do a nuestra vida. Los problemas son siempre una ra­zón para vivir.

Es difícil dejar a un lado la sexualidad. Es difícil dejar a un lado la identidad femenina, porque te ha hecho llegar muy lejos en la vida. Pero yo te digo que un día no te llevará a ninguna parte. Es muy difícil dejar a un lado la identidad masculina, porque enton­ces piensas que te pierdes la juventud. Te pido que te plantees conmigo, ¿hay algo que hayas hecho que no continúes haciendo? Consideremos tus hábitos, ¿cuán­do tienes suficiente? Tienes suficiente cuando lo has hecho una vez, pero si eso no basta, te pido que razo­nes conmigo —muéstrame tu lógica, yo te escucha­ré—, ¿cómo es que la redundancia de esa actividad de tu vida podría ser superior a la vida de una maestro? No lo es.
¿Significa que tienes miedo de que no te quieran? Si te aferras al amor por medio de tu cuerpo, tu apa­riencia, tu juventud, o lo que sea que te haya funcio­nado —lo que ha hecho que esas personas estén en tu vida—, si temes perder eso por el reino de los cielos, entonces no eres digno del reino de los cielos y te has rodeado de las personas equivocadas en tu vida. Si lle­vamos eso un poco más lejos, yo diría que tus pensa­mientos las han creado a todas ellas, así que tus pensamientos están equivocados, pues pienses lo que pienses en tu cerebro, debe consumarse aquí, en los rostros de cada persona de tu vida.

Es mucho lo que hay que poner en el altar. Es mu­cho lo que supone confiar en Dios. Pero Dios no se tra­ta de confiar; se trata de ser. La confianza existe sólo cuando estás separado de algo. Nunca puedes descon­fiar de ti mismo, eso sólo ocurre cuando estás separado de ti; y tú estás separado. Nadie puede desconfiar nun­ca de sí mismo, porque siempre vive aquello que es su yo, ya sea el humano o el Dios. Jamás puedes descon­fiar de lo que eres. Puedes predecir lo que serás por tus pensamientos, pero cuando se trata de otra persona, eso es un signo de separación, es un acto de confianza. En Dios no existe el confiar; sólo existe el ser.

Así es como es. En mi larga carrera, no sé cómo decirte de manera más sencilla que has elegido tus pen­samientos, y que eliges pensarlos cada día como pen­samiento común. Entiende esto: no debería haber sorpresas en tu vida, porque no hay nada que suceda en tu vida que primero no hayas pensado, contempla­do y fantaseado como pensamiento común, el pensa­miento más poderoso de todos. No me mires y digas: «Fui inocente de esto». No lo fuiste. Decláralo abier­tamente. Eres un creador, y atribúyete el mérito por eso, pues tú has tenido la fantasía, tú contemplaste el pensamiento, le diste vueltas en tu cabeza, conspiras­te, manipulaste, fuiste astuto, y ahora lo has consegui­do con todas esas complejidades. ¿De qué manera más sencilla lo puedo decir?

Yo estaría totalmente fuera de lugar si te dijera que estas son las enseñanzas más elevadas que hayan exis­tido, sin que tú las demostraras por ti mismo. Pero como tú has sido lo milagroso en esos espléndidos momen­tos, yo estoy aquí para decirte que funcionan, y que funcionan para todo el mundo.
Depositas mucho en el altar de Dios, pero cuando cruces el río verás que no fue nada. Todos vais a cruzar el río, porque todos vais a morir. Cuando cruces y es­tés fuera de este cuerpo —y fuera de esta red neuronal atascada en sus hábitos— y eches una mirada hacia atrás, vas a entender lo que te estoy diciendo. Tal vez haga falta otra de estas vidas para que llegues a verlo.

Algunos piensan que yo no te dejo en paz. Es ver­dad, no te dejo en paz. ¿Y por qué debería hacerlo? Soy tu profesor. Te estoy diciendo lo que ningún otro puede decirte, ni siquiera tus mejores amigos, pues ell0s nunca te dicen nada; siempre te dicen lo que les bene­ficia a ellos.

Vas a tener que reemplazar tu mente pertenecien­te al mundo popular del ego alterado, sus idas y veni­das, sus imágenes, sus expectativas. Vas a tener que reemplazar algo de ese mundo con ser Dios, crear un mundo y hacer cambios en él. Entonces, cuando ca­minas por el mercado sabes que lo has afectado en vez de estar ahí sólo para pasar un buen rato. El mejor de los tiempos —y así es— es el no tiempo. Caminar por un mercado y que no haya tiempo significa que lo has cambiado. Ese es el mayor de todos los obsequios. El mercado jamás te hará pasar un tiempo mejor que el que tú vas a crear, te lo aseguro.

Si dices que eres seriamente un Dios de la Gran Obra, debes dedicar una parte de tu vida a ser ese Dios. Y eso no significa que tengas que pasearte en una larga túnica y propugnar palabras vacías. Significa que de­bes vivir su sustancia y ser recto.

RAMTHA

EN CASA CON DIOS


No tienes nada que aprender. Lo único que tienes que hacer es recordar. La vida es un proceso de crecimiento. El crecimiento es la evidencia de la presencia y la expresión de la Divinidad. Toda la vida funciona de esta forma.
Piensa en el árbol que ves desde tu ventana. No sabe más ahora, cuando tiene cinco metros de altura y te cubre con la sombra de su gigantesca copa, de lo que sabía cuándo era un minúsculo brote. Toda la información que necesitaba para convertirse en lo que es hoy estaba contenida en su semilla. No tuvo que aprender nada. Simplemente tuvo que crecer. Para crecer usó la información que estaba encerrada en su memoria celular.
No eres diferente del árbol.
Incluso el árbol necesita que el sol estimule su crecimiento.
Toda la vida está interconectada. Ningún aspecto ni individualización del Todo actúa independientemente de cualquier otro aspecto o individualización. La vida, de forma continua, crea interactivamente. Estamos produciendo resultados mutuamente. No hay ninguna otra forma en que podamos producirlos.
Tu conversación con otros y toda la información que te viene del mundo exterior son como los rayos del sol. Hacen que las semillas que hay dentro de ti crezcan.
Hay muchas cosas que existen en tu mundo exterior. Aún así esas personas, lugares, objetos y acontecimientos son sólo recordatorios.
Son como señales de tráfico.
Es en eso, en realidad, en lo que consiste el “mundo exterior”. El mundo físico está diseñado para proporcionarte un contexto dentro del cual puedas experimentar en el afuera lo que conoces dentro de ti.
Y entonces en realidad me beneficio de que el mundo a mí alrededor se presente exactamente como lo hace.
Todos los humanos lo hacen. Por eso he dicho que, cuando mires al mundo y todo lo que te ha pasado, “No juzgues ni condenes”.
Usemos al árbol como nuestro fiel amigo en esta parte de nuestra discusión, para que nos ayude a encontrar un entendimiento más profundo.
Imaginemos que te has salido del claro de un bosque y te has metido en sus espesuras. Nunca te has adentrado tanto en el bosque y sabes que es probable que tengas alguna dificultad para ubicar el claro otra vez. Así que pones marcas en los árboles según avanzas.
Ahora cuando te vas del bosque, ves estas señales y recuerdas que las pusiste ahí para poder encontrar la salida.
Estas señales son exteriores a ti. En última instancia te guiarán de vuelta a Casa, pero no son la “Casa” misma. Las señales te muestran el rastro, el sendero, el camino, y el camino te resulta familiar. Lo reconoces. Es decir, lo “re-conoces” o “lo conoces otra vez”. No obstante, el Camino no es el Destino. Sólo tú puedes llevarte al Destino.
Otros pueden dirigirte a un sendero, otros pueden enseñarte su camino, pero sólo tú puedes llevarte al Destino. Sólo tú puedes decidir estar en Casa con Dios.
Tu mundo exterior es el sendero. Está ahí para llevarte de vuelta a Casa. Verdaderamente, Todos los sucesos de tu mundo exterior están ahí para hacer exactamente eso. Por eso los pusiste ahí.
ningún camino de regreso a Casa es mejor que otro.
Todos los caminos te llevan allí, porque todo lo que se necesita para llegar allí es verdadero deseo, un corazón puro y abierto, y fe en que Dios no tiene ninguna razón para decir: “No, no puedes estar conmigo” a ninguna persona por ninguna razón, y menos aún porque simplemente haya creído en Dios en una forma diferente.
Todas las religiones verdaderas son maravillosas y todas las enseñanzas espirituales verdaderas son caminos hacia Dios, y ninguna religión ni ninguna enseñanza es más “correcta” que otra.
Hay más de un camino a la cumbre de la montaña.
La religión fue creada por las culturas humanas para ayudar a los que nacieron dentro de esa cultura a saber y entender que hay una fuente de ayuda siempre presente en tiempos de necesidad, de fuerza en tiempos de desafíos, de claridad en tiempos de confusión, y de compasión en tiempos de dolor.
La religión es también una manifestación de la conciencia instintiva de la humanidad de que los ritos, las tradiciones, las ceremonias y las costumbres tienen un enorme valor como marcas que afirman la presencia de un grupo de gente en el mundo y como el adhesivo que asegura esa presencia al mantener unida la cultura de un grupo de gente.
Cada cultura tiene una tradición hermosa y única que honra una verdad hermosa y esencial: que hay algo más grande y más importantes en la vida que los deseos propios o incluso que las necesidades propias; que la vida en sí misma es una experiencia mucho más profunda y mucho más significativa de lo que mucha gente se imagina al principio; y que es en el amor y el interés mutuo y el perdón y la creatividad y el espíritu de juego y el unir las manos en un esfuerzo conjunto para alcanzar un objetivo común donde se descubrirán las satisfacciones más profundas y los goces más maravillosos del encuentro entre los hombres.
Entonces, que cada uno de ustedes tome su propio camino hacia mí. Emprendan su propio viaje a casa. No se preocupen por cómo los otros están haciendo el suyo ni juzguen sobre ello. Ustedes no pueden dejar de llegar hasta mí, y ellos tampoco pueden.
Verdaderamente, todos se encontrarán cuando estén juntos en Casa, y se preguntarán por qué discutieron tanto por detalles de tan poca importancia.
Por favor, no confundas lo que está en tu corazón con lo que está en tu mente. Lo que está en tu mente ha sido puesto ahí por otros. Lo que está en tu corazón es lo que llevas de mí contigo.
Así y todo puedes cerrarme tu corazón, y muchos lo han hecho. Y muchos también han cerrado sus mentes.
Y, por favor, no les digas a los demás que, a menos que ellos crean en lo que está en tu mente, los voy a condenar.
Y finalmente, haz lo que quieras, pero no los condenes tú mismo, en mi nombre.

NEALE DONALD WALSCH

domingo, 27 de mayo de 2012

LA BIOLOGIA PERFECTA DE LA HUMANIDAD Y LA TIERRA Y SU RELACION CON EL UNIVERSO

Publicado por KAI

La vida en la tierra se manifiesta siempre de una manera perfecta y armoniosa. El cuerpo humano contiene en si mismo y su biología, las claves del funcionamiento del universo y las realidades y sin embargo, no nos percatamos de eso y no le damos el debido respeto y valor a lo que nuestro cuerpo representa.
La Humanidad como colectivo no ha sido hasta ahora capaz de darse cuenta de que, en nuestro mismo cuerpo están todas las respuestas que hasta ahora se han buscado a lo largo de la historia a través de las diversas filosofías creadas por el Ser Humano para lograr comprenderse a si mismo y al Universo.
Es el cuerpo humano en si, una pequeña enciclopedia biológica, viviente, en el cual están contenidas las verdades mas grandes del Universo representadas como células, cromosomas, como vida, como sentimientos. Es en el cuerpo Humano donde se alberga toda esa sabiduría que el mismo ha buscado fuera.
Seré un poco mas claro: La concepción y el nacimiento de los seres humanos, por ejemplo, es uno de los actos mas maravillosos del universo! pues representa en si mismo la forma en que Dios crea la vida, desde el comienzo hasta el final, representa la forma en que se crean las realidades perfectas y armoniosas.
Un nacimiento humano contiene todos y cada uno de los procesos con los que la vida es creada por Dios en cada rincón del Universo. Dios crea las realidades, los Universos y los seres en base a sus aspectos masculino y femenino, en base a su mente y corazón, ambos en perfecto equilibrio y Unidad.
Dios, no podría crear en base a solo un concepto, no podría crear únicamente en base a su aspecto masculino por ejemplo, sin la intervención de su aspecto femenino, una creación de esa manera no tendría la perfección ni el equilibrio que tiene una creación armoniosa entre ambos aspectos. Tal como ocurre biológicamente con la concepción humana, el hombre no es capaz de reproducirse a si mismo sin la intervención de la biología femenina. El proceso de la concepción es exactamente igual al proceso de la creación de una realidad perfecta idealizada por Dios, por un Ser Ascendido en perfecto equilibrio.
Una idea se forma en la mente de Dios, la cual contiene en su semilla el patrón geométrico y la intención de lo que será su creación. Contiene en esa idea el patrón completo de lo que esa vida manifestara, ya sea un Universo, una galaxia o un Ser.
Esa idea proveniente de la Mente de Dios se traslada a su corazón, su aspecto femenino. Es ahí que esa idea toma forma, alimentada por los sentimientos y la vida que fluye constantemente en su corazón. La creación, se forma perfecta, pues en ese océano de amor toma la forma perfecta que la mente ideo.
De la misma forma en que Dios emite una idea primaria mediante su aspecto mental masculino, en la concepción humana el espermatozoide contiene los cromosomas, lo que le dará forma al nuevo ser, la nueva vida, es la idea primaria, lo que contiene en sus cromosomas el patrón genético de lo que esa nueva vida manifestara en su cuerpo.
De la misma forma en que la idea proveniente de Dios se traslada a Su Corazón, el espermatozoide se traslada al vientre materno, a la energía femenina. Es ahí donde el Ser tomara la forma, alimentado por los aspectos femeninos y la vida que fluye constantemente en el vientre materno, el cual contiene todo lo necesario para que la vida se forme. La creación se forma perfecta, pues han intervenido en orden perfecto ambos aspectos, el masculino y el femenino, espermatozoide y ovulo. Tal como sucede en el Universo, de la misma forma en que crea las realidades Dios.
Y así, nuestro mismo cuerpo, ese lugar tan familiar en que habitamos día a día, es un milagroso ejemplo de la forma en que se pueden crear hermosas y perfectas realidades si equilibramos y utilizamos ambos aspectos de Nuestro Ser, Masculino y Femenino, Mente y Corazón.
Porque la humanidad no ha sido capaz de percatarse de esos milagros grandiosos que ocurren frente a sus ojos en todo momento?
Quizá porque hasta la fecha se le ha quitado todo el poder al aspecto femenino, en todas sus formas y niveles de Ser.
La humanidad solo le ha dado valor al aspecto masculino del Ser, dándole únicamente valor a la mente, relegando el corazón y el amor, sin tomar en cuenta que la perfección no se puede alcanzar al centrarse únicamente en un aspecto, al Ser únicamente mente, únicamente masculino.
Dios es ambos, masculino y femenino.
Y eso también es visible y esta representado en la forma en que la Humanidad ha creado su realidad, el mundo en el que se desenvuelven. Utilizando únicamente la mente para comunicarse se han destruido a ellos mismos durante milenios, Utilizando únicamente la mente para construir sus ciudades y su mundo han destruido y mancillado a la Madre Tierra, aquel Ser maravilloso que sostiene sus vidas y les da el alimento es energía femenina, es amor.
Somos Dios, toda la perfección del Universo esta contenida en estos cuerpos físicos, toda la sabiduría, todo el amor de Dios esta contenido en cada una de nuestras células y en cada uno de nuestros procesos esta representada la grandeza del Universo.
Quizá, si tomáramos un momento para sentir y estar, realmente estar en nuestro cuerpo, escucharlo y amarlo por lo perfecto que es, conectarnos a nuestras células, percibir su sabiduría y su memoria ancestral, lograríamos expandir nuestra conciencia y encontrar las respuestas que buscamos, sin necesidad de ir a ningún lugar lejano, sin necesidad de esperar a que alguien mas responda las preguntas que afloran en nuestro corazón, permitamos que sea nuestro cuerpo el que nos responda, permitamos que la Luz y la Ascensión se manifieste ahora mismo en nuestras células!
Y así, convertirnos en seres perfectos en equilibrio, existiendo en el ahora como el microcosmos en expansión que somos, como perfectas individualizaciones de Dios!
Somos bendecidos en Luz y Alegría!