Lo que se me revela es lo que es importante para mí, lo que me
incumbe. Toda persona debe preocuparse de sí misma, de convertirse en un
todo. Tenemos lecciones que aprender... todos nosotros. Hay que
aprenderlas una a una, por orden. Sólo así podremos saber qué necesita
la persona que tenemos cerca, qué le falta o qué nos falta a nosotros
para ser un todo.
Comprenda la naturaleza del yo, del yo
verdadero, que es inmortal. Darse cuenta de eso le ayudará a ver siempre
las cosas desde la perspectiva adecuada.
Conózcase, para poder ver claramente, sin las distorsiones de la mente consciente o del subconsciente.
Practique
la meditación y la visualización, la observación distanciada, la
percepción tranquila, las sensaciones de amor-cariño desde la distancia o
el distanciamiento del amor, Cultive ese estado.
Conozca sus ideas y sus suposiciones y dese cuenta de que puede que las haya adoptado sin cuestionárselas.
Cuando se generaliza estableciendo grupos o tópicos se hace imposible ver a los individuos por sí mismos.
Las
suposiciones erróneas arraigadas en el pasado, como «los hombres Son
unos brutos y unos insensibles» o «las mujeres son demasiado sensibles y
emotivas» ocasionan una percepción distorsionada de la realidad.
La
experiencia tiene mucha más fuerza que las creencias. Aprenda de sus
experiencias. Lo que ayuda sin hacer daño tiene valor. Descarte las
creencias y los pensamientos caducados.
La felicidad nace en el
interior de las personas. No depende de cosas externas o de otra gente.
Cuando nuestra sensación de seguridad y felicidad depende del
comportamiento y los actos de los demás, nos volvemos vulnerables y
podemos sufrir con facilidad. Nunca le dé su poder a nadie.
Intente
no tener demasiado apego a las cosas. En el mundo tridimensional
aprendemos gracias a las relaciones, no a las cosas. Todos sabemos que
no podemos llevárnoslas con nosotros cuando nos vayamos.
Cuando
morimos y nuestras almas progresan hasta dimensiones superiores, nos
llevamos nuestros comportamientos, nuestras acciones, nuestros
pensamientos y nuestro conocimiento. La forma de tratar a los demás en
las relaciones es infinitamente más importante que lo que hemos
acumulado materialmente.
Además, podemos ganar y perder muchos
objetos materiales a lo largo de la vida. En la otra vida no nos
encontraremos con nuestras posesiones, sino con nuestros seres queridos.
Esta idea debería ayudarle a recapacitar sobre sus valores en caso de
que sea necesario.
Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus,
de John Gray, es desde hace muchos años todo un éxito de ventas en
muchos países. Muchos otros libros, películas y programas de televisión
han subrayado también las diferencias entre hombres y mujeres, al
parecer insalvables. Existe un abismo entre los sexos que se manifiesta
en nuestra forma de pensar y en nuestro comportamiento. No vemos el
mundo del mismo modo. La testosterona, la hormona masculina, inclina a
los hombres hacia la agresión y la competitividad, en lugar de la
cooperación, hacia la «propiedad» del territorio y de la familia. El
estrógeno y la progesterona, las hormonas femeninas, parecen fomentar la
sensibilidad, la comunicación en lugar de la competición, un menor
deseo de agresión y una mayor ansia de protección.
La forma en que
se educa a los niños y a las niñas aumenta esa asimetría innata y
refuerza los muros biológicos que separan a hombres y mujeres. A los
niños se les anima socialmente a ser más agresivos, más competitivos,
más enérgicos. A las niñas, a ser más pasivas, más comunicativas, más
cooperativas. Los padres y los maestros, la sociedad y la cultura, y los
medios de comunicación y los publicistas nos enseñan valores distintos.
Parece
que hay mucho de cierto en todo esto. No puede resolverse ningún
problema hasta que se tome conciencia clara de este problema. Pues bien,
ya lo sabemos. ¿Y ahora qué pasa?
Está claro que hay que educar a los niños para que sean conscientes de su sensibilidad y la expresen más.
Hay
que enseñarles a cooperar más y a aprender a comunicarse mejor. A las
niñas se las debe educar para que estén más seguras de sí mismas y sean
más enérgicas. En líneas generales, hay que modificar más la formación
de los niños que la de las niñas, ya que el mundo está sumido hoy en una
violencia provocada casi exclusivamente por hombres.
Pero ¿qué
hay de las diferencias biológicas innatas? ¿Cómo podemos cambiar la
biología? ¿Qué podemos hacer con la testosterona? He aquí una metáfora.
Las hormonas y determinados factores genéticos hacen que a los hombres les salga pelo en la cara.
¿Quiere eso decir que las barbas son inevitables, que todos los hombres tienen que ir por la vida con largas barbas?
Naturalmente,
la respuesta es que no. Los hombres pueden decidir afeitarse la barba.
Cualquier hombre tiene la opción de afeitarse o no.
Las
influencias biológicas son tendencias, superables con voluntad
consciente. La testosterona y las demás hormonas impelen, pero no
compelen. Del mismo modo que los hombres pueden decidir afeitarse,
también pueden elegir no ser violentos, ser menos agresivos, cooperar
más y ser más comunicativo s y sensibles.
La decisión consciente de elegir la senda del amor, no la de la violencia, es el siguiente paso para los hombres.
Tras
esa elección tenemos otro paso más, que es el despertar a la verdad
espiritual de que estamos formados por espíritu y alma, no por cuerpo y
cerebro. El alma no tiene sexo, no tiene hormonas, no tiene tendencias
biológicas. El alma es pura energía de amor.
A medida que nos
vamos haciendo conscientes de nuestra naturaleza espiritual, reconocemos
nuestra auténtica esencia. Somos inmortales y divinos. Renunciar a la
violencia, al odio, a la dominación, al egoísmo y a la propiedad de las
personas y de las cosas es mucho más sencillo tras ese reconocimiento.
Aceptar el amor, la compasión, la caridad, la esperanza, la fe y la
cooperación pasa a ser lo más natural.
En el transcurso de
nuestras muchas vidas se dan algunos cambios de sexo. Todos hemos sido
hombres y todos hemos sido mujeres. Aunque creo que tendemos a
especializarnos en un sexo o el otro, todos tenemos que hacer, por así
decirlo, algunas asignaturas optativas como personas del otro sexo.
Tenemos que aprender de todas partes. Ricos y pobres. Fuertes y débiles.
Budistas, cristianos, judíos, hindúes, musulmanes o de otras
religiones. Distintas razas. Y, por descontado, hombres y mujeres.
Y
así, al final, todos podemos aprender a superar cualquier tendencia
biológica negativa para manifestar plenamente nuestra naturaleza
espiritual. De forma similar, y por el mismo motivo, todos podemos
aprender a superar cualquier enseñanza social o cultural negativa.
Algunos
se quedan rezagados porque no todos avanzamos a la misma velocidad,
aunque recorremos la misma senda. Los que van al frente tienen que mirar
hacia atrás, con compasión y con amor, y ayudar a quienes se quedan
atrás.
Hay que mirar hacia atrás y ayudar, sin esperar recompensa, ni siquiera agradecimiento.
Hay que mirar hacia atrás y ayudar, porque eso es lo que hacen los seres espirituales.
Extracto del libro: Los Mensajes de los Sabios. Brian Weis